20.6.12

Gjysh



Túmbate conmigo, coge aliento y suspira.
Cierro los ojos mientras te tomas tus primeros (y preciados) segundos en pensar en la pronunciación espaciada de las tres palabras mágicas: Érase una vez.
Y con los ojos cerrados, a veces con fuerza, huelo tu aroma y me transportas hacia un mundo lejano lleno de luz, color y fantasía, donde las princesas no viven en la esquina, los dragones no llevan corbata y las pócimas embrujadas no causan adicción.
Mientras enlazas y sentencias lo que se torna historia, yo me dejo mecer por cada hito de locura, de ilusión, de miedo y de angustia, sabiendo que es el mundo que me creas cada noche para sumergirme, sin querer queriendo, como antídoto al periódico matutino y sirenas de ambulancia.


Nunca ceses. Nunca pares de endulzar el aire armónico que se respira y que se hace denso y liviano a la vez, como una nube, que te mece y te enjuaga desde dentro.
Cuando lleguemos al final, cierra el hechizo con un susurro pequeño, apenas perceptible, sin cambio de tono, como si no hubiera terminado. 


Y allí, en la penumbra, mi cuerpo yuxtapuesto se torna por completo para seguir, unas horas, con aquel paraíso de caballeros incompletos y damas de limón.

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